domingo, 29 de noviembre de 2009

16, 17 y 18


Lo mismo es un efecto colateral de la posesión —rumiaba Scarlet en el pasillo de camino a su taquilla. «¿Podía ser que le empezara a gustar Damen Dylan como… persona?

Mientras se dirigía a la taquilla ataviada con una descolorida camiseta vintage de Suicide y cargando con una mochila de los Plasmatics, escrutó el pasillo en busca de Charlotte, cuya ausencia ya se hacía notar, pero sólo divisó a Damen, que esperaba apoyado contra una taquilla contigua.

Damen escarbó en el interior de su mochila y extrajo de debajo de su abrigo un CD pirateado de Green Day.

—Anoche grabé esto para ti. Se me ocurrió que a lo mejor te molaba —le dijo tendiéndole el CD.


—Gracias —murmuró ella, sin esforzarse demasiado en ocultar su ambivalencia.

Su tibia respuesta sugirió a Damen que se equivocaba.


Ella abrió su taquilla, examinó detenidamente el portacedés personalizado que guardaba en la parte inferior y escogió uno para él.

Mientras se encontraban sumidos en su discusión musical, un reducido grupo de jugadores de fútbol se los quedaron mirando, y luego unas chicas se percataron de cómo éstos se fijaban en Scarlet.

No eran exactamente almas gemelas, pero no había duda de que cada vez se sentían más cómodos juntos. Scarlet resolvió dejarse llevar por la corriente, al menos hasta que ésta se precipitara en cascada al vacío. Se sacudió la ansiedad por el momento y aceptó reunirse con
Damen algo más tarde para una sesión de tutoría. Sólo había un problema: no tenía ni idea de Física.

Charlotte estaba sentada a su pupitre de Muertología, pasando mecánicamente las páginas de su Guía del Muerto Perfecto. Después del examen de Damen, le había invadido una inexplicable desazón y decidió que lo mismo le venía bien concentrarse en sus estudios. Siempre le había funcionado, pero, lamentablemente, esta vez no.

«Seguro que están pasando muchísimo tiempo juntos», pensó. La repentina punzada de inseguridad la cogió por sorpresa.

Pam, que se encontraba estudiando en la otra punta del aula, no pudo evitar lanzar a Charlotte una mirada de «te lo dije».

—Cotilla —dijo Charlotte con sarcasmo, mientras cerraba el libro y se quedaba allí sentada con la mirada perdida.

Ese mismo día, algo más tarde, Damen y Scarlet se encontraban en plena sesión de «tutoría» en la sala de música de Hawthorne, salvo que sus libros descansaban cerrados sobre el suelo mientras ellos intercambiaban frases a la guitarra.

—Eres un icono. Ahora todo el mundo sabe lo guay que eres en realidad —dijo Damen con una sonrisa de suficiencia.

Scarlet pareció molesta pero lo cierto es que se sentía halagada. Dejó pasar el comentario sin más, decidida a hacerse la dura. Entrar al trapo sería como sucumbir.

Damen llevó una mano a la funda de su guitarra, extrajo otro CD y se lo pasó a Scarlet. Esta vez la impresionó más con su selección.

Scarlet salió del aula hacia la clase de Gimnasia recapacitando sobre si no estaría involucrándose demasiado. Decidió despejar la mente y disfrutar de esa pequeña pausa nada realista que consiste en dejarlo todo de lado para participar durante cuarenta y cinco minutos en un deporte de equipo obligatorio.

Es más, con esa medida, el instituto estaba logrando introducir todo un nuevo nivel de humillación. Aunque ideada para salvar la brecha entre el cuerpo estudiantil, lo cierto era que sólo conseguía agravar el sentimiento de ineptitud terminal en lo que al cuerpo de los estudiantes se refería. Entró en el vestuario y se cruzó con una sección de sus maleables imitadoras, quienes era obvio que habían estudiado y memorizado su perfil en MySpace y aparecían ahora emperifolladas para la próxima convención de Trash y Vaudeville, con el mismo tono que ella en los labios y luciendo melenas cortas y flequillos radicales, zapatones creepers,etc.

Lo normal hubiese sido que Scarlet se sintiera ofendida y fustigada por aquel peloteo sartorial, pero en su lugar se descubrió pensando en Charlotte.

Sólo podía pensar en lo feliz que se pondría Charlotte de ver que la gente popular la empezaba a emular, y en cómo todo se debía precisamente a ella. No era algo que la entusiasmara, pero sabía lo mucho que significaría para Charlotte, aun cuando no se hablasen.

En ese instante, Scarlet emergió del gimnasio y los vio discutir.

En Hawthorne Manor ya corría la voz de que con Charlotte se podía contar cada vez menos. Para entonces era obvio que su obcecación y su absoluta incapacidad de renunciar a su «vida» habían hecho peligrar la misión de los chicos muertos.

Apostada en el umbral del cuarto de juegos, Charlotte observaba a los chicos muertos matar el tiempo para liberar la tensión que los agarrotaba.

El dolor en la mirada de sus compañeros era evidente, pero Charlotte estaba decidida a exponer los argumentos, por duros que fueran, tanto para ella como para el resto.

La verdad atronó en los oídos de Charlotte. A Prue se le daba muy bien lo de estar muerta y controlaba a la perfección todas sus habilidades. No sufría ninguno de los conflictos internos que tenían a Charlotte estancada. Es más, Charlotte tenía la certeza, desde el instante en que la conoció, de que a Prue, de hecho, le gustaba estar muerta, si es que eso era realmente posible.

Con ese corte hiriente, Pam y los demás dieron media vuelta y dejaron a Charlotte sola en la habitación para que lo meditara.

Aquella noche, la calle aparecía salpicada de charcos después de que un chaparrón de media tarde dejara su impronta en el exterior del Buzzard’s Bay Theatre.

Scarlet esperaba bajo la cubierta, ataviada con un minivestido vintage de color malva, sobre el que lucía un amplio jersey negro de lentejuelas, y sus botas moteras. Llevaba sus ojos de mapache muy perfilados y se veían tan negros como su pelo. Los labios se los había pintado de un tono pálido.

No podía estarse quieta de los nervios mientras aguardaba impaciente a Damen. Llegaba tarde. Con las palmas de las manos sudorosas y el pie golpeando el suelo de manera frenética, Scarlet no estaba segura de qué la inquietaba más, si que se presentara o que no.

A ella le empezaba a reconcomer la culpa, pero no pensaba volver al lado de Charlotte arrastrándose como un gusano.

Llego Damen y decidieron entrar al concierto.

El concierto pasó volando, mucho más aprisa que las dos horas que el grupo permaneció en el escenario; al menos eso le pareció a Scarlet. Una tras otra, las canciones se cargaban de más sentido del que jamás habían tenido antes de que las experimentara a su lado. Allí dentro había miles de personas, pero para ella era como si sólo hubiera dos.

No se dieron la mano, pero al mecerse con la música sus miradas se cruzaban accidentalmente, o sus hombros, codos o rodillas se rozaban con levedad, aturullando a Scarlet, y también a Damen.

La despedida fue breve y embarazosa, ninguno sabía si procedía un beso en la mejilla, un abrazo o un apretón de manos, y lo que debiera de haber sido un momento de ternura se transformó en una despedida de piedra-papel-tijera.

Ninguno de los dos reparó en Petula, que los observaba con rencor desde la ventana de su
dormitorio. Ni se les pasó por la cabeza levantar la vista; era noche de sábado, y para Petula Kensington quedarse en casa el sábado por la noche era algo, bueno, totalmente amish.

Damen descendió el paseo de piedra como en tantas ocasiones anteriores, pero notó que esta vez la sensación era del lodo distinta.

A la mañana siguiente, Scarlet se acercó a la taquilla de Damen para pegar en la puerta una nota
de agradecimiento, pero se percató de que estaba abierta y decidió dejársela en el interior. El último ejercicio de Física estaba apoyado contra la puerta y se deslizó hasta el suelo.

Scarlet se asomó por las sucias ventanas al patio interior del ala cuadrada. El patio, invadido de hierbajos y hiedra, el pavimento agrietado y bancos y estatuas de piedra.

Charlotte —en una esquina fuera de la vista de Scarlet— se acercó a Pam, que se encontraba estudiando. Sostuvo en alto un bonito atrapasueños que ella misma había confeccionado.

Pam, que siempre mostraba debilidad por Charlotte y sus fechorías, sonrió y decidió que dejaría que Scarlet se arrastrase un poco y se disculpara un mucho, y luego lo pasado, pasado.

Pam se volvió para mirar a Charlotte a la cara y aceptar sus disculpas, pero divisó a alguien a quien no esperaba ver. Allí estaba Scarlet, de pie en el umbral. Pam se sintió herida, convecida de que la tomaban por estúpida.

Los ojos de Charlotte destellaron con una mirada confusa. Trató de decir algo en su defensa pero en su lugar le entró un acceso de tos.

Viéndola toser sin parar, Pam estuvo tentada de darle a Charlotte un palmetazo en la espalda, como ya hiciera en otra ocasión, pero en vez de eso dio media vuelta y se fue.

Ahora que Charlotte estaba sola, Scarlet emergió de las sombras y le dio unos golpéenos en el hombro desde detrás.

Pam observó desde lejos cómo Scarlet y Charlotte se reconciliaban y supo que Charlotte había vuelto a elegir a Scarlet antes que a ella, y a los vivos antes que a los muertos.

Era una tarde lúgubre y tormentosa y la sala de ensayos de la banda estaba preparada para el gran recital de otoño. Las gradas ocupaban todo lo largo y ancho de la sala, de modo que apenas quedaba espacio para pasar. Los rayos acompasados hacían vibrar los tambores en consonancia, y los instrumentos de viento, colgados como marionetas en sus fríos y estériles soportes, repiqueteaban al son de los truenos de la lejanía.

Charlotte, nuevamente en posesión de Scarlet, entró y busco a Damen en la sala medio iluminada. Mientras paseaba la mirada por las sillas, un papel la golpeó en la cabeza.

—Aquí arriba —dijo Damen en algo más que un susurro.

Ella levantó su delicada barbilla y le vio en lo alto de la grada, haciendo gestos para que subiera.

—¿Estás bien? —preguntó él cuando ella tomó asiento.

—Oh, sí, es que estaba pensando en otra cosa —contestó ella a la ver que abría el libro de Física y lo colocaba a la vista de ambos.

—Sí, yo también —dijo él, y cerró el libro—. Bajo la cremallera y empezamos.

Charlotte estaba estupefacta. Abrió el libro de nuevo y trató de conservar la entereza, pero al oír el sonido de una cremallera que se abría, la perdió por completo.

Damen dejó la guitarra en los brazos de ella, que en un gesto insólito trató de acunarla como quien toma por primera vez en sus brazos a un recién nacido.

Charlotte hacía lo posible para actuar con naturalidad, pero era evidente que ni siquiera sabía cómo coger una guitarra, y aún menos tocarla.

Se acercó más y la animó a que empezara. Sin saber muy bien qué hacer, ella echó mano del arco de un violín que había allí cerca y frotó las seis cuerdas como un dios virtuoso de la guitarra y el rock clásico.

Ella esbozó una sonrisa nerviosa y, después de un par de torpes intentos, empezó a tocar una melodía vaga y hermosa. Damen estaba fascinado.

Charlotte no podía seguir con la farsa de la guitarra mucho más tiempo, de modo que llevó la conversación de vuelta a su terreno. Lo suyo era la Física, y quería que a Damen le gustara su terreno tanto como le gustaba el de Scarlet.

Mientras Damen hojeaba por su cuenta la lección de Física, resultó evidente que ella le había impresionado.

Desesperada por interferir en la cálida y aturrullada escena, Scarlet forzó la ventana y permitió que la fría lluvia pasara por agua aquel momento tan íntimo. Damen se sacó al instante la chaqueta del equipo y le cubrió los hombros a Charlotte, para mayor consternación de Scarlet.

De pronto, una emoción hasta ahora desconocida para Scarlet embargó su cuerpo a la vez que su sombra retrocedía y se esfumaba por el umbral. Estaba celosa.

Al día siguiente antes de clase, Charlotte introdujo a hurtadillas un pastelillo con carita sonriente
en la taquilla de Damen. Cuando éste por fin la visitó y abrió la puerta, se quedó boquiabierto con el hallazgo del pastelillo, sólo que éste había sido «scarletizado» con un piercing facial, cuernos y una sonrisa malévola.

Charlotte pareció desconcertada.

—No me puedo creer que hayas hecho esto. Nunca sé por dónde vas a salir —dijo, y hundió el dedo en el glaseado y se lo llevó a la boca.

Charlotte miró el pastelillo y vio lo que Scarlet había hecho con él.

—Ni yo —dijo ella.

—Es casi como si fueras dos personas distintas —dijo él.

—¿Y cuál te gusta más? —respondió Charlotte, convencida de que era su oportunidad para dejar las cosas claras de una vez por todas.

—Por fortuna no tengo que elegir —dijo él hincándole el diente al pastelillo.


Comentario: no pues yo ´pienso que es absurdo que esperen a que DAMEN decida por alguna de las dos, bien sabemos que la que la lleva de perder es Charlotte, y creo que no se vale, como también no se vale que scarlet se enamorara al fin de cuentas de el chico de los sueños de Charlotte. Aunque en mi punto de vista se que nadie sabe lo que va a suceder, o lo que tal vez podamos sentir con esa persona, y más estando cerca de un chico como Damen.

¿En que lo relaciono con mi vida cotidiana?
Pues la verdad en mucho, ya que me lo han hecho.
Me paso cerca de los 16 años uuuuuuuuuuf hace mucho, mi amiga se enamoro de un chico que me encantaba y me encanta, perdí su amistad, ella hiso hasta lo que no por llamar su atención pero desafortunadamente ya era demasiado tarde ya que yo ya andaba con el. Al fin de cuentas en este caso obvio Salí ganado, principalmente porque yo no estoy muerta y lo importante era más bonita que ella… jejeje, hay ya en serio profe. Ahora sigue siendo mi novio y mi amiga me termino hablándome al fin de cuentas, ya que le hice ver que nuestra amistad era más importante que un hombre y que ya lo superara…

1 comentario:

  1. EStefania:

    Estupendo trabajo, una critica muy buena y la relación mejor, calificación = 10

    ResponderEliminar